El efímero sueño de democracia llamado “Primavera de Praga” cumple 50 años
Fin de la censura en los medios impresos y audiovisuales, rehabilitación de presos políticos y salida a la luz de horrores del estalinismo fueron algunos hitos que marcaron la “Primavera de Praga”, proceso de apertura checoslovaco que conmemora 50 años y fue enarbolado por el régimen para evitar su hundimiento.
“La sociedad recibió esos cambios con esperanza, como promesas de más libertad política, más democracia, un régimen menos rígido, más libertad, que nunca se sabe muy bien qué es, pero sí se nota muy bien cuando falta”, me explica Felipe Serrano, un miembro del exilio republicano español que entonces estudiaba Filología Alemana e Inglesa en la Universidad Carolina de Praga.
El detonante político de este proceso fue la elección del líder reformista Alexander Dubček a la cabeza del Partido Comunista (KSC), el 5 de enero de 1968, cuando arreciaban las críticas de los correligionarios contra el antiguo secretario general y presidente del país, Antonin Novotný.
El panorama social no era halagador, con frecuentes cortes de suministro eléctrico y falta de abastecimiento en las tiendas, todo ello debido a las rigideces de los planes quinquenales dictados por una economía centralizada, que descuidaba la base industrial, cada vez más obsoleta e ineficaz para atender las necesidades de la población, y que daba prioridad a las del Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON, en sus siglas inglesas).
“La economía checoslovaca, gobernada por directivas y manipulada políticamente, ayudó a construir la base industrial en los países atrasados del bloque oriental, y de esta forma ella misma liquidó mercados ventajosos”, glosa el historiador Pavel Belina esa orientación al bloque oriental COMECON.
Había indicios claros de algo que no funcionaba y Novotný se convirtió en el chivo expiatorio para calmar los reproches que surgían en el seno del partido y reflejaban el sentir mayoritario de una sociedad frustrada por los fracasos del sistema.
Unos anhelos que tuvieron su válvula de escape más sonada en las protestas estudiantiles de los colegios mayores universitarios de Strahov en octubre de 1967, al grito de “¡Queremos luz!”, y que fueron reprimidas duramente por la policía.
Y, por encima de todo esto, pesaban en el ambiente sobre todo las amarguras sembradas por el terror estalinista, que se abrió paso en los años 50 con mecanismos sibilinos, como las delaciones y procesos judiciales inventados, con el objetivo de amedrentar a la población.
“Había mucho plomo pesado en el aire, al irse descubriendo cosas que estaban escondidas, que no te enseñaban en la escuela, que no estaban en los libros”, declaró Serrano.
Momentos para tragar saliva y también de alegría, al constatar que las cosas estaban cambiando y podía recuperarse la normalidad perdida durante dos décadas.
Con Novotný y otros recalcitrantes comunistas fuera de juego, el mediático y sonriente Dubček trató de emprender la vía hacia un “socialismo con rostro humano”, que en ese año de 1968 se tradujo en eliminación oficial de la censura y que vio nacer asociaciones políticas como el Club de Independientes Comprometidos (KAN) o el Club 231, que agrupaba antiguos presos políticos del comunismo.
Otro hito fue la rehabilitación de intelectuales como Václav Černý, catedrático de Literatura Comparada, y del filósofo personalista Jan Patočka, discípulo de Edmund Husserl, fundador de la Fenomenología, que estaban en el ostracismo desde la llegada del comunismo en 1948 y pudieron volver a enseñar en su cátedra universitaria.
Pero esto proceso de apertura no llegó de golpe sino que se fue cuajando a lo largo de la década, en la que se publican de nuevo autores antes prohibidos por sus ideas conservadoras.
Es a comienzos de los 60 cuando surge la “Nueva Ola” del cine checoslovaco, con directores como Miloš Forman, Věra Chytilová, Jiří Menzel, Vojtěch Jasný o Jan Nemec, algunos de los cuales consiguen éxitos internacionales, en Cannes o Venecia, con sus ácidas críticas del sistema comunista.
El arte plástico es testigo del retorno de las vanguardias checas, ignoradas durante las dos décadas anteriores por estar “considerados exponentes de la decadencia burguesa”, asegura Serrano sobre los surrealistas Toyen, Jindřich Styrský o Mikulaš Medek.
Con ello, y de forma paulatina durante esos años, “se recuperó algo del contexto y continuidad cultural” del país, afirma asimismo el español, que llegó a Checoslovaquia en 1951, con 6 años.
En el teatro podían verse de nuevo obras del “teatro del absurdo” salidas de la pluma del dramaturgo y futuro presidente checoslovaco Václav Havel, adaptaciones más clásicas de Otomar Krejča o del escritor Pavel Kohout, un ferviente comunista que no podía luego ocultar su decepción con el sistema.
Muchos en aquella sociedad en efervescencia “se creyeron que las cosas iban a volver a ser normales, de que habría libertad intelectual, pero también podían darse cuenta que eso no duraría”, asegura hoy Serrano.
Y es que Dubček no dejó nunca de ser un comunista convencido, y al final acabó cediendo a las presiones de Moscú y sus países satélite para poner freno a las reformas, truncadas por la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia el 21 de agosto de ese verano.
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